miércoles, 12 de julio de 2017

Carta a Belén sobre los intersexuales y transgéneros




Querida Belén:

            Me contenta saber que tu prima Rebeca ya no tenga interés en las drogas, y que ahora, se planteé ir a la universidad. Es curioso que empiece en una universidad sólo para mujeres. Antaño, esto era muy común, sobre todo en el mundo hispano. Yo mismo fui a un colegio exclusivo para chicos. Cuando finalmente entré a la universidad, yo no sabía muy bien cómo interactuar con chicas, y en parte lamenté que mis padres me hubieran enviado a ese colegio. Ese tipo de educación me parecía de lo más retrógrado; es la mentalidad de los conventos y monasterios.
            Pero, te sorprenderá el saber que alguna gente muy progresista, considera que la educación segregada por géneros es bastante efectiva. Los chicos y las chicas son distintos, y quizás en los primeros niveles educativos, necesiten formas distintas de enseñanza. Además, sin interacciones con el otro género, hay menos distracciones. Según parece, en muchos países, los colegios segregados tienen mejores puntajes en los exámenes. Eso no necesariamente se debe a la separación de géneros, pero habría que considerar esa hipótesis. En fin, esto es un debate que los psicólogos aún no resuelven.

            Lo cierto, Belén, es que todas las sociedades han dividido a la población en dos grandes grupos que hacen algunas actividades por separado: varones y hembras. Muchas sociedades hacen clasificaciones arbitrarias, pero la división por géneros, no es arbitraria. Por ejemplo, podemos dividir a la especie humana en razas, pero esto es muy arbitrario, pues es muy difícil precisar cuántas razas hay, y quién pertenece a cuál raza. Pero, cuando se trata de géneros, es bastante fácil hacerlo. Los varones tienen pene y testículos, las hembras tienen vagina y ovarios. Es por ello que no todos los documentos de identidad en el mundo incluyen categorías raciales, pero todos incluyen la división más básica: hombre o mujer.
            Con todo, te sorprenderás al saber que hay gente que, al nacer, no está nada claro a cuál género pertenecen. Antiguamente, a estas personas se les llamaba hermafroditas, en referencia a Hermafrodito, un personaje de la mitología griega, hijo de Afrodita y Hermes, que era hombre y mujer a la vez. Hoy, se les llama intersexuales. Son individuos que pueden tener una combinación de rasgos femeninos y masculinos, al punto de que no es sencillo ubicarlos en un género u otro cuando nacen.
            Hay varias condiciones médicas que pueden producir la intersexualidad. Por una parte, hay gente que tiene anomalías en sus cromosomas. Los cromosomas son pequeñas estructuras que todos tenemos dentro de las células; los humanos tenemos 23 pares. Los varones tienen un par XY, mientras que las hembras tienen un par XX. Hay algunas personas que nacen con un cromosoma adicional, y así, tienen XXY. Esta condición se llama el síndrome de Kinelfter. A esas personas se les considera varones, pero tienen un pene muy pequeño, y en la adolescencia, sus pechos crecen; también tienen poco vello, y no desarrollan mucho músculo.
            Hay gente que tiene cromosomas normales, pero con todo, son intersexuales. Cuando una persona tiene el par XY, es varón. En casos normales, durante la gestación, los fetos con XY empiezan a producir la hormona testosterona, y eso da la instrucción de formar genitales masculinos. Pero, en algunos casos, la hormona se produce, pero no llega a las células. Al no recibir esa información, no se producen los genitales masculinos. Esa condición médica se llama el síndrome de la insensibilidad a los andrógenos. Esas personas son genéticamente varones, pero no nacen con genitales masculinos. Tienen vagina, aunque es más corta que en las hembras, y por supuesto, no son fértiles. Con todo, al nacer, habitualmente se les asigna como hembras. Sus cerebros tampoco suelen recibir suficiente testosterona, y así, estas personas actúan, piensan y se sienten más como hembras.
            Hay algunas personas que tienen sólo insensibilidad parcial a los andrógenos. En esos casos, los individuos genéticamente son XY, pero sus genitales son más ambiguos. Cuando nacen, no se sabe bien si eso que tienen entre las piernas es un pene pequeño o un clítoris grande. Podrás imaginar, Belén, que esto naturalmente podría causar problemas psicológicos después, pues el individuo no sabe bien a qué genero pertenece. Hay también otra condición médica que genera genitales ambiguos; en la hiperplasia suprarrenal congénita, las personas son genéticamente XX, pero reciben testosterona excesivamente, y así, pueden también tener genitales ambiguos.
            En vista de eso, los médicos tradicionalmente han recomendado operar inmediatamente, y construir para esa persona una vagina (es más fácil que construir un pene), de forma tal que pueda ser asignada como hembra. Pero, la verdad es que, desde un punto de vista estrictamente médico, estas operaciones no son necesarias. Nadie va a morir ni a desarrollar enfermedades por tener genitales ambiguos. Y así, en los últimos años, ha habido muchas asociaciones activistas de intersexuales que piden a los médicos no operar. Después de todo, quienes reciben estas operaciones son aún bebés, a quienes no hemos consultado si quieren que mutilemos sus genitales. Según reclaman estos intersexuales, sería mejor que cada quien, ya como adultos, decida por cuenta propia si se les modifica los genitales o no.
            En opinión de estos activistas, el apresurarse a operar obedece más a un criterio social, que a un criterio verdaderamente médico. La sociedad se empeña en dividir a los seres humanos en dos grupos, y aquellos que no encajen, forzosamente los hace encajar con cirugías. Pero, estos activistas opinan que es la sociedad la que debe adaptarse a los intersexuales, y no a la inversa. O, en todo caso, opinan otros activistas, a las personas se les puede asignar género, sin necesidad de mutilarlas desde la infancia. Según ellos, el género no está determinado sólo por el órgano genital que se tenga. Tiene mucho más que ver con cómo se siente y piensa cada quien, es decir, con el cerebro. Una persona intersexual puede sentirse muy femenina, y aún así, tener un genital que parezca más un pene.                     
            Hay algunas sociedades, Belén, que no se han conformado con dividir a la humanidad en sólo dos grupos. Y así, han permitido un tercer género. Por ejemplo, desde hace muchos siglos, en la India hay una notoria comunidad, los hijras. Estas personas nacen como niños, pero eventualmente, prefieren vivir como mujeres. La India no es el país amoroso y tolerante que frecuentemente imaginamos en Occidente, pero sí es cierto que, a grandes rasgos, los hijras son tolerados en ese país. Seguramente en alguna ocasión te has formado la imagen estereotípica del mexicano gordo bigotudo, el mero macho que lleva un revólver y sombrero grande, e intimida a los demás con su masculinidad. Pero, te sorprenderá saber que, en México, hay una comunidad parecida a los hijras: los muxes del estado de Oxaca, que también existe desde hace algunos siglos.
            Con todo, yo pienso que, aparte de esos casos curiosos, básicamente todas las sociedades postulan que hay dos géneros claramente delimitados. Yo no te diría que la diferencia entre hombres y mujeres es una mera construcción social, como sí lo es la diferencia entre blancos y negros. Cuando se trata de razas, no hay forma clara de segmentarlas (¿se trata sólo del color de piel, o de muchos otros rasgos?), y hay mucha gente que desafía esas clasificaciones (mulatos, pardos, etc.). En cambio, la diferencia entre hombres y mujeres sí es clara. Ciertamente están los intersexuales, pero estadísticamente, son un grupo muy pequeño que no desestabiliza la división convencional que todos los pueblos del mundo hacen.
            De forma tal que, por ahora, Belén, muy a mi pesar, tendré que dar la razón a esos fanáticos católicos que llevan las pancartas que dicen: los niños tienen pene, las niñas tienen vulva; que no te engañen. Ahora bien, lo que esos fanáticos católicos no entienden es que hay gente que genuinamente nace con unos genitales, se le asigna un género, y luego, sienten que no corresponden en ese género. En sus propias palabras, sienten que están atrapados en un cuerpo equivocado. Esta gente quiere ser de otro género (es muchísimo más común que un hombre quiera ser mujer, que a la inversa). ¿Es eso normal?
            A diferencia de la homosexualidad, te diré que no, eso no es normal. Los psiquiatras siguen considerando eso una enfermedad mental. Hasta hace apenas cinco años, lo llamaban el trastorno de identidad de género. Hoy, prefieren llamarlo disforia de género. Los psiquiatras opinan que, si una determinada forma de actuar o pensar, no genera malestar, entonces no debe considerarse patológica, por muy extraña que resulte. Así, si una persona tiene pene y testículos, pero se siente mujer, y no sufre por ello, entonces esa conducta no es patológica.
            La dificultad con querer ser de otro género, no obstante, es que a diferencia de la homosexualidad, eso sí es casi siempre causa de problemas mentales. Las personas están tan disgustadas con su propio cuerpo, o con el trato que la sociedad les da a partir de la pertenencia a un género en particular, que sufren mucho de ansiedad, depresión, y tienen un alto riesgo de suicidio. Entonces, ¿qué hacer con estas personas?
            Los fanáticos católicos que nos recuerdan que los niños tienen pene y las niñas vulva, se empeñan en decir que, a partir de esos datos biológicos, las cosas tienen que permanecer en su santo lugar, y que un hombre nunca debe convertirse en mujer. Yo discrepo, y creo que la abrumadora mayoría de los psiquiatras me darían la razón. Si una persona está tan sobrecogida por su inconformidad con su propio género, lo más caritativo sería ayudar a esa persona. Quizás al principio pueda intentarse que esa persona trate de encajar en su género de origen con distintas terapias, y de hecho, así lo intentan hacer muchos psiquiatras. Pero, esto no se logra con todos los pacientes.
            Si, tras algunos intentos iniciales, los pacientes persisten en querer pertenecer al otro género, entonces lo más razonable es que, los médicos satisfagan ese deseo, y se conviertan en transgéneros. Estas personas pueden recibir hormonas particulares, de forma tal que su cuerpo empiece a adquirir algunos rasgos propios del otro género. Si, aún así estas personas siguen inconformes y quieren ir más lejos, se podría modificar sus genitales con cirugía.
            Pero, esto debería hacerse con más cuidado. Y, así como los fanáticos católicos son reprochables al querer negar estos tratamientos a gente que los necesita, no deja de ser cierto que hay gente en la comunidad LGTB (aquellos sobre los que te escribí en una carta anterior, los de la bandera del arco iris) que promueve excesivamente las terapias hormonales y las cirugías.
            Debes tener en cuenta, Belén, que entre los niños y adolescentes que sienten inconformidad con su propio género, una alta tasa luego supera esa inconformidad, y vive normalmente con su género original. El problema de las terapias hormonales y las cirugías es que son irreversibles. Quien decida tenerlas, debe estar muy seguro de que no está conforme con su género. Por eso, sería preferible esperar hasta la edad adulta para hacer este tipo de cosas, pues es posible que esa inconformidad sea sólo pasajera.
            Si estas personas empiezan queriendo ser de otro género, y luego, regresan a su género original y viven normalmente, entonces, pareciera que la biología no es una causa muy relevante en este fenómeno. Pareciera que el querer ser de otro género tiene más bien causas no biológicas. Como en la homosexualidad, nadie sabe bien por qué alguien querría ser de otro género. Recordarás que te decía en una carta que hay firmes indicios de que la homosexualidad tiene orígenes biológicos, y eso seguramente tiene que ver con las hormonas que el feto recibe. Con la disforia de género, podría ocurrir algo parecido, pero no con la misma intensidad. Quizás, un feto masculino reciba suficiente testosterona para formar genitales masculinos, pero no reciba suficiente testosterona para formar un cerebro masculinizado, y así, nazca un niño con pene y testículos, pero con un cerebro más afín al de las niñas. El resultado sería, entonces, lo que los transgéneros habitualmente describen: una persona atrapada en un cuerpo equivocado.
            Bajo esta interpretación, la disforia de género no tiene nada que ver con preferencias sexuales; sólo se trata de a cuál género alguien desea pertenecer. Pero, hay psicólogos que piensan que el origen de la disforia de género en los hombres sí tiene que ver con las preferencias sexuales. Uno de esos psicólogos, J. Michael Bailey, escribió un polémico libro documentando testimonios de transgéneros. Bailey descubrió que, entre los hombres que se convierten en mujeres, hay básicamente dos tipos de casos. El primero, son hombres homosexuales que, frustrados ante el hecho de que otros hombres no se fijan sexualmente en ellos, se convierten en mujeres para atraer la atención de hombres heterosexuales.
El segundo, son hombres generalmente heterosexuales, pero que disfrutan sexualmente ante la idea de vestirse ellos mismos como mujer. Ser transgénero, Belén, no es lo mismo que ser travesti. Hay hombres que algunas noches se visten de mujer, salen a la calle, pero el resto del día, viven como hombres. Y, hay hombres que se visten de mujer sólo cuando tienen sexo (sin necesariamente ser homosexuales), pues se excitan con eso. Pues bien, Bailey descubrió que, en muchos casos, el ser transgénero en realidad procede de esa preferencia sexual, sólo que llevada a un nivel más extremo.
A algunas personas en la comunidad LGTB, esa teoría sentó muy mal. Yo todavía no entiendo por qué, pues la teoría de Bailey no es irrespetuosa con los transgéneros: él sólo se limitó a explorar las causas de un fenómeno. En fin, el pobre Bailey recibió vejámenes y amenazas de muerte. La comunidad LGTB, me temo, como cualquier otro colectivo, tiene algunas manzanas podridas. No todo es paz y amor, contrariamente a las imágenes que se derivan de los desfiles del orgullo gay con banderas arco iris. Pero, es importante que entiendas, Belén, que fanáticos los hay de todos los colores y sabores, de forma tal que sería muy injusto juzgar a toda la comunidad LGTB, por las barbaridades que hacen dos o tres idiotas.
Yo no sabría decirte si Bailey tiene o no razón, pero ciertamente, su teoría debería ser considerada y tomada en cuenta en futuros estudios sobre el origen de la disforia de género. Por mi parte, yo me atrevería a formular aún otra hipótesis que, estimo, debería someterse a estudio en el futuro. La hipótesis es ésta: la disforia de género puede también ser estimulada por circunstancias particulares en una sociedad. 

Un historiador de la ciencia, Ian Hacking, se ha hecho famoso por argumentar que las enfermedades mentales pueden tener causas biológicas, pero son potenciadas por cada cultura. Piensa, por ejemplo, en la anorexia (¿la recuerdas?, es la extraña enfermedad mental en la cual la gente deja de comer). La anorexia seguramente tiene bases biológicas, pero es más común en sociedades obsesionadas con la belleza y las dietas (como la nuestra). Por eso, nosotros los occidentales tenemos más prevalencia de anorexia que, por ejemplo, los indios yanomamis de las selvas venezolanas.
Pues bien, como te decía, aun si algunas sociedades han incorporado terceros géneros en sus clasificaciones, la verdad es que, a lo largo de la historia de la humanidad, es muy raro encontrar transgéneros en épocas pasadas. El repentino incremento de casos de disforia de género pareciera tratarse de un fenómeno moderno muy singular en nuestra sociedad: los medios de comunicación. Prende la tele, y verás con frecuencia discusiones debatiendo si una persona con pene y testículos puede entrar a un baño de mujeres. Compra alguna revista en un kiosco, y verás a Bruce Janner (el expadrastro de Kim Kardashian, que ahora es mujer) en la portada, muchas veces retratado con glamour.
En una época en la cual la juventud se aburre, pelea con sus padres y se deprime por muchas cosas (el desempleo, el estrés laboral, etc.), quizás la disforia de género sea una forma de canalizar esas frustraciones, y esto es reforzado cuando el jovencito prende la tele y lee los diarios. Hay un cierto aire de rebeldía antisistema en la disforia de género  (¿cuál sistema está más firmemente establecido, que aquel que divide a la humanidad en hombres y mujeres según sus genitales?), y así, en nuestros tiempos de vanguardia antisistema frente a los grandes poderes, quizás el deseo de ser de otro género forma parte de esa vanguardia para algunas personas.
En fin, Belén, esto que te planteo es sólo una hipótesis que se me ha pasado por mi mente en alguna ocasión, pero no pretendo que la tomes muy en serio. Ya los científicos se encargarán de determinar si esto que propongo es razonable, o un mero disparate. Hasta el día de hoy, no sabemos bien por qué un hombre querría ser mujer, o viceversa, así que se pueden formular muchas hipótesis, pero no hay ninguna respuesta definitiva. Lo que sí sabemos bien, es que con el deseo de cambiarse de género, nadie hace daño a nadie. Y, a mí me parece que eso es suficiente para dejar a los transgéneros en paz, y respetarlos. Se despide, tu amigo Gabriel.  

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