miércoles, 1 de julio de 2015

El chantaje romántico en la defensa de Grecia



            Tengo una intuición moral elemental: existe la obligación de devolver el dinero recibido en calidad de préstamo. Y, si antes del préstamo, hubo un acuerdo de que se pagaría interés, entonces también existe la obligación de pagar ese interés.
            En el mundo macroeconómico, por supuesto, las cosas son mucho más complejas. Y, supongo que esto es aún más complejo en el caso de Grecia. No conozco los detalles (no sigo atentamente las noticias económicas), pero sospecho que en todo el drama que se está viviendo en ese país, hay que considerar muchos factores: si hubo imposición en las condiciones de los préstamos, si es aceptable que una nación sacrifique su gasto público para pagar deudas externas, etc. Quizás, con base en argumentos puramente económicos, políticos y jurídicos, se puede apoyar a Syriza.

            Pero, he escuchado a alguna gente que pretende ir más lejos, y quiere usar chantajes emocionales para defender a Syriza. La defensa de Grecia frente a Europa se quiere hacer en una vena romántica: se quiere presentar a Grecia como la cenicienta maltratada, que merece nuestras simpatías, no solamente por ser víctima de los codiciosos que prestaron dinero, sino porque es el origen de toda nuestra civilización.
            Esto no es nuevo. A inicios del siglo XIX, cuando Grecia luchaba por su independencia frente al imperio otomano, surgió en Europa una ola de simpatizantes. Estos simpatizantes, con Lord Byron a la cabeza, eran románticos que formaron el movimiento que vino a llamarse ‘filohelenismo’. Este movimiento básicamente consistía en la celebración del legado cultural griego, y su apropiación en la explosión cultural que representó el romanticismo. A partir de estas simpatías por la cultura helénica, algunos europeos, en típico espíritu romántico aventurero, fueron a Grecia a pelear contra los turcos. Lord Byron fue el más célebre de estos aventureros, y su inesperada muerte en aquella campaña, contribuyó aún más al misticismo de aquel movimiento.
            Como suele ocurrir con estos movimientos, aquellos filohelenistas estaban más identificados con la Grecia de Pericles o Aristóteles, que con el pueblo griego al cual acudían a defender. Y, hasta el día de hoy, los griegos llevan a cuestas ese estigma. La cultura griega contemporánea es un cúmulo de muy variadas experiencias históricas. Pero, tal como se lamenta Nikos Dimou en su libro La desgracia de ser griego, el mundo sólo ve en Grecia sus antiguas glorias. Los griegos son víctimas de un tremendo estereotipo, y no les resulta fácil quitárselo de encima. De hecho, para Grecia ha resultado bastante más difícil modernizarse, precisamente porque el resto del mundo la trata como una suerte de museo viviente. La continua comparación con los antiguos, sugiere Dimou, ha dejado en los griegos un complejo de inferioridad. 

            Pues bien, en la defensa actual de Grecia, no faltan comentaristas que quieren chantajear a Europa con los mismos motivos de los filohelenistas. Entre sus argumentos, se dice que Grecia es el ombligo de Occidente, es nuestra civilización madre, y por ende, pretender someterla a la austeridad es casi una forma de parricidio. Grecia dio grandes glorias al mundo, y a cambio, los poderes militares modernos la saquearon, llevándose las esculturas del Partenón al Museo Británico. En un mundo con serios déficits educativos, gustos vulgares, y una concepción de la educación excesivamente tecnocrática y utilitaria, Grecia representa el amor desinteresado al arte y al conocimiento; en un mundo lleno de efectos especiales hollywoodenses, Grecia representa la grandiosidad del teatro.
            Esta forma de argumentar es objetable por dos razones básicas. Primero, porque es un mero chantaje que incurre en falacias de irrelevancia: en la cuestión de si Grecia debe pagar la deuda o no, es irrelevante su participación en los orígenes de la civilización occidental. Y, segundo, porque esta forma de argumentar sigue anclando a los propios griegos en un pasado al cual ellos no están seguros de querer seguir estando atados. Desde hace décadas, ya los españoles están cansados de que los presenten al mundo vistiendo siempre un sombrero cordobés; quizás vale la pena preguntarse si los griegos están ya cansados de que, aun para un tema tan técnico como la austeridad y el pago de las deudas, se siga invocando la imagen romántica de Grecia.
    
           
              

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