viernes, 13 de marzo de 2015

En defensa del malinchismo

La creciente escalada de tensiones entre Venezuela y EE.UU. ha despertado el temor de una invasión. Por el momento, yo no veo plausible una invasión norteamericana de ningún país latinoamericano. Por supuesto, las ha habido en el pasado, pero aquellas obedecieron más a una mentalidad propia de la Guerra Fría, y tras los recientes desastres militares de Irak y Afganistán, dudo de que la opinión pública norteamericana (de la cual, un país democrático como EE.UU., siempre depende) respalde una aventura así.

            Venezuela estaría mucho mejor sin provocar al imperio. Sin una guerra fría que los obsesione, los norteamericanos seguramente se quedarán quietos y nos dejarán vivir en paz. Pero, si Venezuela, para protegerse frente a ese imperio, busca protección en otro imperio (sea Rusia o China), eso sí podría reactivar la mentalidad propia de la Guerra Fría entre los neoconservadores de Washington. Con todo, insisto, no creo que ocurra así.
            En toda esta escalada, ha reaparecido en el discurso de militares venezolanos, la figura de la Malinche. Esto es frecuente en el nacionalismo latinoamericano, sea de derecha o de izquierda, especialmente en momentos en los que en el horizonte se vislumbra alguna amenaza de invasión, sin importar cuán remota sea. Diosdado Cabello, por ejemplo, recientemente dijo que quien no esté dispuesto a atrincherarse en caso de una invasión, es un traidor, igual que la Malinche.
            Octavio Paz escribió un célebre ensayo en el cual documentaba el desprecio de los mexicanos por aquella mujer. Desde entonces, ha sido vista como la traidora a su propia gente, colaboracionista con el invasor, el emblema del gran mal que ha caracterizado a los pueblos latinoamericanos, quienes aman a sus invasores y se desprecian a sí mismos.
            Yo, en cambio, admiro a la Malinche, o al menos, lo que ella representa. La Malinche como individuo en realidad no hizo gran cosa: fue entregada como esposa a un militar, en un pacto propio de dos sociedades machistas, en las cuales la opinión y preferencia de la mujer es nula. Pero, lo que la Malinche representa sí es admirable. La Malinche representa la colaboración con el invasor y el anti-nacionalismo. Pero, esto no es, como de forma simplista se quiere hacer creer, un odio al pueblo propio. Es más bien un cálculo sensato de qué le conviene más al propio pueblo: ¿la tiranía que ofrece el gobierno nacional, o la liberación que ofrece el invasor extranjero?
            La Malinche era una mujer maya, víctima de los abusos aztecas. Recuerdo que, en una visita a Teotihuacán, un guía mexicano (que podría haber tenido mucho parecido físico con Moctezuma) abrió el tour diciendo: “Lo primero que tenemos que saber sobre México es que los aztecas no eran ningunas hermanitas de la caridad”. ¡Cuánta razón tenía! Los aztecas organizaban las llamadas “guerras floridas” para someter a los pueblos vecinos, y ofrecer a los prisioneros como víctimas de sacrificios humanos.
            ¿Estamos dispuestos a reprochar a la Malinche por haber visto en Hernán Cortés y los españoles una oportunidad para aliviar el sufrimiento de su pueblo frente a la barbarie azteca? Yo no. Sin duda, los españoles cometieron toda clase de atrocidades en la conquista de América, y no hubo justificación para aquella empresa, pero para los pueblos sometidos por los aztecas, la conquista española fue en gran medida una mejora.
            Ha habido otros ejemplos de malinchismo. Los españoles “afrancesados” de inicios del siglo XIX apoyaron la invasión napoleónica de España en 1808. En aquella época, España estaba hundida en el absolutismo, los privilegios feudales, la Inquisición, la intolerancia religiosa, y otras condiciones deplorables. Napoleón prometió erradicar todo aquello (y hasta cierto punto, cumplió su promesa). Los soldados franceses, por supuesto, lo mismo que los conquistadores españoles, cometieron todo tipo de atrocidades, tan cruelmente representadas por Goya en sus pinturas. Y, a diferencia de la conquista española, los invasores seguramente empeoraron la situación. Pero, ¿eran reprochables los afrancesados por dar la bienvenida a la Grand Armée? Yo, de nuevo, diría que no.

            Así pues, dejar de lado el nacionalismo populista, y favorecer la invasión extranjera del propio país, no es intrínsecamente objetable. El gobierno de Venezuela, por supuesto, no comete los horrores de los aztecas o de la España absolutista de los Borbones. Es, además, un gobierno legítimamente electo. Por ello, yo no justificaría una invasión norteamericana.
            Pero, desde que murió Hugo Chávez en 2013, su sucesor, Nicolás Maduro, está tomando pasos hacia algo parecido al absolutismo decimonónico español y, peor aún, a los horrores de los aztecas. En Venezuela se concentra cada vez más poder (el poder electoral y judicial y está a merced del ejecutivo), se aplasta a la disidencia inventando cargos para arrojarlos en prisión, y lo más grave de todo, se tortura.

            Si Venezuela llega más lejos en esta senda, y la disidencia queda a tal punto aplastada, que no hay posibilidad de acudir a las urnas legítimamente, entonces, todos los venezolanos tenemos el deber de ser malinchistas, y apoyar una invasión extranjera para restituir nuestras libertades.

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