jueves, 8 de agosto de 2013

La política del espectáculo en Venezuela



            En sus catorce años, el chavismo asumió la labor de revivir ladrillos que, después de la caída del Muro de Berlín, habían quedado en el olvido. Son “ladrillos” en el sentido de que se tratan de textos sumamente pesados y aburridos, y además, adelantan una ideología que condujo al más estrepitoso fracaso social en el siglo XX. Antes de Chávez, muchos de estos ladrillos eran recordados, si acaso, por formar parte de la lista de libros que “conmovieron al idiota latinoamericano”, un índice recopilado por Plinio Apuleyo, Carlos Alberto Montaner y Álvaro Vargas Llosa en su Manual del perfecto idiota latinoamericano. Chávez, un personaje político imbuido de muchas de las características que este trío de autores identificó en el idiota latinoamericano, naturalmente se propuso sacar estos libros del baúl del olvido.
 
            La sociedad del espectáculo, del francés Guy Debord, no está en el índice de libros que conmovieron al idiota, pero ciertamente pudo haberse incluido. Su tesis es básicamente ésta: el capitalismo en su fase más avanzada, ha construido la sociedad del espectáculo. Ésta consiste en mercantilizar las relaciones sociales y tratar todo como si se tratase de un gran show cargado de imágenes que saturan la atención de los consumidores. Esto tiene la perversa intención de mantener distraídas a las clases oprimidas con el opio del entretenimiento (una actualización, en verborrea grandilocuente, de la vieja observación de los filósofos romanos sobre el pan y el circo).
            El libro de Debord abrió paso a una fructífera escuela crítica del show business. Desde entonces, incontables volúmenes han criticado diversos aspectos de la forma en que los medios de comunicación, en su obsesión por generar entretenimiento a toda costa, distorsionan las relaciones sociales. Daniel Boorstin, por ejemplo, había criticado la forma en que los medios generan pseudo-eventos, a saber, situaciones rimbombantes que captan la atención del público consumidor, pero que, a decir verdad, no son eventos reales (son pseudo-eventos), sino meras banalidades que distraen la atención de los verdaderos problemas del mundo. Neal Gabler documentaba el modo en que, a través del glamour del espectáculo, los ciudadanos comunes acuden a una alienación masiva, en la medida en que imaginan que sus propias vidas son suerte de película en la cual son protagonistas. Jean Baudrillard (un estudiante de Debord) advertía que la sociedad del espectáculo propicia simulacros masivos que, a la larga, terminan por tumbar la barrera entre lo real y lo virtual, propiciando una masiva confusión. Neil Postman postulaba cómo la obsesión con el entretenimiento erosiona los valores tradicionales de la educación, y cómo la búsqueda de la información fidedigna es reemplazada por noticias que resaltan más por su valor de diversión y sensacionalismo.
Y, así, todos estos textos propiciaron la crítica de la cultura de las celebridades, precisamente por la forma en que estimula la mediocridad (los famosos en la sociedad del espectáculo, en palabras de Boorstin, son “famosos por ser famosos”, y no por algún mérito especial), y la alienación (al renunciar a las relaciones sociales sanas, y desarrollar la obsesión por conocer los detalles de la vida personal de personajes públicos).
Chávez se reunió de intelectuales que, con el libro de Debord (y otros) en la mano, denunciaban que los abusos de la sociedad del espectáculo se debían al capitalismo, y que la construcción del socialismo eventualmente debía conducir al fin de esta faceta destructiva de este sistema de producción. En la medida en que el capitalismo convierte todo en mercancía, hace de todo un gran espectáculo. La pretensión era que, al sentar las bases del socialismo, rescataríamos las relaciones sociales no alienadas, y así, dejaríamos de lado la obsesión con el glamour, la mercantilización de las relaciones sociales, y los detalles de la vida privada de las celebridades.
Pues bien, en su última campaña electoral, Chávez, preocupado por su decreciente popularidad, se reunió de artistas como medio de marketing. Ya Chávez no convencía tanto a las masas leyendo discursos de Bolívar o el Che; más bien buscó ganar votos de la misma forma en que las grandes corporaciones abren los mercados: acudió a imágenes glamorosas propias de la sociedad del espectáculo, y trató de convencer a las masas de que votaran por él, no tanto porque representaba la solución de los verdaderos problemas de la sociedad, sino porque tiene una imagen cool que se manifiesta en eslóganes pegajosos, ojos seductores plasmados en imágenes publicitarias, y el apoyo de una legión de artistas que encantan a las masas. Al final, Chávez supo conquistar la industria del entretenimiento, y su estrategia le dio resultados: consiguió la reelección.

 


Es previsible que todo esto estaba fríamente calculado y modelado sobre experiencias anteriores. Se ha documentado, por ejemplo, que ante el declive de la religiosidad popular en EE.UU., el bloque evangélico decidió ajustarse a las exigencias del mercado. Se hicieron encuestas masivas sobre qué tipo de experiencias rituales le gustaría tener a la gente, y así, hubo una reforma significativa del mercadeo de la religión. A partir de los resultados de esas encuestas, los grupos evangélicos hicieron más énfasis en la retórica de la felicidad y el optimismo, y dejaron de lado los sermones candentes sobre el infierno y el pecado. Los rituales asumieron más el aspecto de un concierto de rock, y surgieron las llamadas “mega-iglesias”, como una suerte de mall, el cual incorpora imágenes y experiencias propias de la sociedad de consumo, con un barniz religioso.
Pues bien, Chávez hizo algo similar. Ya no aburría tanto a las masas con sus discursos sobre los clásicos del comunismo, ni tampoco su retórica estaba tan obsesionada con los males del capitalismo. Más bien, sus mítines terminaban por parecerse más a conciertos de reguetón y merengue, en los cuales los artistas tradicionales eran los teloneros, y el Comandante era la atracción principal. Asimismo, sus mítines eran una gran feria en la cual se comercializaba todo tipo de mercancía como parte del mercadeo: gorras, camisas, chapitas, pancartas, etc.
La muerte de Chávez y el ascenso de Maduro ha potenciado aún más la política del espectáculo en Venezuela. Si bien Chávez abrió paso a esta tendencia en las últimas fases de su vida, siempre se cuidó de mantener a los artistas y demás figuras del espectáculo en el patio trasero: sus figuras políticas siempre fueron militares y tirapiedras de antaño. Maduro, un hombre más ligado a la vida civil y ajeno al lobby militar, sí ha dado el paso que Chávez nunca dio: ha consumado la política del espectáculo, al nominar como candidatos de su partido para alcaldías (en detrimento de las primarias que alguna vez prometió) a figuras de la farándula y el espectáculo como el Potro Álvarez, Winston Vallenilla y Magglio Ordóñez. En especial los dos primeros, tienen un amplio historial como representantes del glamour, obsesionados con su imagen.
Incluso el candidato a la alcaldía de Maracaibo, Miguel Ángel Pérez Pirela, procede de la sociedad del espectáculo. Supuestamente, Pérez Pirela es filósofo. Pero, es obvio que su escalada en el PSUV no se debe a sus reflexiones filosóficas (las cuales jamás ha pronunciado en su programa de televisión), sino a la construcción de su imagen en la política del espectáculo. Pérez Pirlea es emblemático de la imagen hipster ajustada a la idiosincrasia criolla. Y, si bien no tiene el mismo nivel de participación en la sociedad del espectáculo que sí han tenido Álvarez o Vallenilla, Pérez Pirela es la versión pseudo-intelectual del candidato fashion.
Al final, la política del espectáculo es otra muestra más de la hipocresía que constituye el llamado ‘socialismo del siglo XXI’. Chávez y sus herederos nos exhortan a leer libros críticos de la sociedad de consumo, pero en sus vidas personales no dan la menor muestra de alejarse del consumismo. Y, pretenden hacernos sentir culpables por leer ¡Hola! o Vanidades, pero sus estrategias de mercadeo político no hacen más que potenciar la sociedad del espectáculo.

5 comentarios:

  1. Uno de los temas que más me interesean y preocupan desde hace tiempo.

    Para empezar, al igual que ocurre en otros casos en que se atribuye al capitalismo un uso o costumbre determinados, yo no creo que el espectáculo y el glamour sean patrimonio exclusivo del capitalismo, sino fenómenos connaturales al ser humano. Puede que esté diciendo un disparate, pero es que no lo veo de otra manera.

    En segundo lugar, no creo que el "panem et circenses" forme parte de una estrategia diseñada desde arriba para distraer a las masas, sino que son éstas las que los demandan a priori, y el sistema se los brinda porque salen rentables. Aquí en España, Julio Anguita, político comunista, solía decir que la gente veía telebasura porque no les ponían otras cosas, y olvidaba que a la misma hora algunas televisiones ponían esas otras cosas, que nadie veía. Las cosas funcionan por la simple ley de la oferta y la demanda. ¿Es eso, sin más, capitalismo?

    En la Roma republicana, los espectáculos eran organizados por los ediles, magistrados que se afanaban por traer, pagándolos de su bolsillo, a los gladiadores más famosos y los animales más exóticos, con el propósito de obtener votos en su ascensión hasta el consulado y el senado. Absolutamente todo era un espectáculo, incluso en la vida privada, donde los esclavos asistían incluso a los coitos de sus amos y las maldiciones se hacían en público para conocimiento de la sociedad (te recomiendo fervientemente la serie "Roma", si no la has visto). Y no creo que la romana fuera una sociedad capitalista.

    Por cierto, la película "To Rome With Love" de Woody Allen contiene una interesante y divertida sátira de un Don Nadie (Roberto Benigni) que se hace famoso porque sí... No sé si la has visto.

    En cuanto al fracaso del socialismo o comunismo en la Europa del Este, no creo que lo vean así muchos militantes de izquierda, al menos en España. Si vieras cómo simpatizan con los gobiernos cubano, venezolano y ecuatoriano muchos profesores...

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. 1. Sí, corrígeme si me equivoco, pero según recuerdo, Julio César ascendió ofreciendo espectáculos al pueblo ¿no?
      2. Es verdad que el espectáculo es más antiguo que el capitalismo. Con todo, yo diría que el capitalismo lo ha potenciado. Antes pudo haber habido circo romano, pero vamos, ¡que los shows de Broadway se han multiplicado hoy! Recuerdo hace unos años, estando en la Gran Vía de Madrid, me dije a mí mismo que ya no tenía necesidad de ir a New York (aún no he ido).
      3. Sí vi esa película de Woody Allen, pero me pareció llena de clichés. Me gustó más su película de Barcelona.

      Eliminar
  2. No, no te corrijo, ascendió ofreciendo espectáculos, pero también se valió de otras estrategias: elocuencia, reparto de comida gratis, banquetes y sobre todo compra de votos; al final del todo (aunque en realidad llevaba años haciéndolo), apoyándose en el ejército.

    ResponderEliminar
  3. "Daniel Boorstin, por ejemplo, había criticado la forma en que los medios generan pseudo-eventos, a saber, situaciones rimbombantes que captan la atención del público consumidor, pero que, a decir verdad, no son eventos reales (son pseudo-eventos), sino meras banalidades que distraen la atención de los verdaderos problemas del mundo" Distes en el clavo. Y eso que no has asistido -hasta donde sé- a los actos de inicios de cualquier proyecto de insfraestructura u otros servicios públicos que habitualmente los herederos del comandante hacen como muestra de "gobierno en la calle" Música, papelillo, pancartas, gorras, franelas y todo un simulacro, pues al final, o se tardan una barbaridad en finalizar dichas obras y aspi cumplir sus promesas, o nunca se resuelve nada. En el interín, en las tarimas, promesa y promesa, simulacro y simulacro

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Hola Gendrik, tienes razón en todo lo que dices. Pero, ¡qué divertido es estar en un bochinche de ésos!

      Eliminar