viernes, 5 de abril de 2013

El desnalgue de Los Juanes y la moral



            ‘Desnalgue’ es la palabra criolla que habitualmente se emplea, de forma ofensiva, para referirse a una orgía pública. Recientemente, hubo un espectáculo de ese tipo a las orillas del islote de Los Juanes, en Venezuela. Un hombre copuló (en realidad, no parecía estar erecto) con una mujer frente a una audiencia frenética. Miembros de la audiencia grabaron un video del espectáculo, el video fue difundido, y ahora la Guardia Nacional busca a los partícipes para imputarlos.
 

            Ciertamente, esta conducta está tipificada como un delito en el Código Penal venezolano vigente. Pero, invita a una reflexión crítica. El liberalismo, la postura filosófica desde la cual escribo, es crítico de los llamados “crímenes sin víctima”. El Estado sólo debe intervenir con su coerción si los derechos de alguien han sido vulnerados; en otras palabras, una acción es criminal sólo si hay víctimas. Actos entre adultos que dan consentimiento no deberían ser prohibidos. Es por ello que los liberales nos oponemos a las leyes contra la homosexualidad, la prostitución o el tráfico de drogas. Cabe acá el célebre principio de John Stuart Mill: sólo deben prohibirse aquellas acciones que perjudiquen a los demás.
            En el ‘desnalgue’ en cuestión, los copulantes dieron su consentimiento, y la audiencia estaba fascinada (de hecho, alentaron a los protagonistas). Pero, ocurrió en un espacio público, y quizás hubo alguien que no deseó ver ese espectáculo; en ese caso, su derecho a no presenciar este tipo de espectáculos ha sido vulnerado. Con todo, precisamente el hecho de que ocurrió en un islote alejado de las costas, es elemento de peso para suponer que, quien acude a ese lugar tan remoto (ni siquiera tiene tierra firme), sabe qué esperar. Michel Foucault, por ejemplo, se retiraba al desierto de Nevada a orgías a cielo abierto. El desierto es técnicamente un lugar público, pero precisamente, el hecho de que sea tan remoto, hace plausible pensar que, quien acude, sabe qué esperar.
Algunos alegan que, en Los Juanes, hubo niños que presenciaron el espectáculo (no son visibles en el video). En ese caso, John Stuart Mill habría dado justificación para intervenir, pues los niños no tienen capacidad para elegir ver ese espectáculo, y supuestamente, el observar escenas de sexo tiene un efecto perjudicial sobre los niños. Pero, con todo, quisiera retar esta concepción: algunos sexólogos (la minoría, en realidad), sostienen que la observación de escenas de sexo sin violencia y dominación (eso excluye a buena parte de la pornografía) no es necesariamente perjudicial. En muchas sociedades tribales hay sexo frente a los niños, y no se evidencia un daño psicológico. Y, además, es común que, en las visitas a los zoológicos, veamos a chimpancés copular, y de nuevo, ningún niño ha sufrido daños psicológicos por contemplar estas escenas. ¿Por qué sí ha de causar daño contemplar una escena de copulación entre miembros de una especie que apenas tiene dos por ciento de divergencia genética con los chimpancés? Yo, como medida de cautela, no practico el sexo frente a mi hija pequeña, pero me parece que es un tema abierto a debate.
El sexo en público siempre ha generado angustias intelectuales. Pues, si bien pocos están dispuestos a admitir su moralidad, al mismo tiempo pocos saben precisar dónde está exactamente el daño. Y, esto es especialmente latente en la izquierda.
A inicios del siglo XX, la autora soviética Alexandra Kollontai defendió la idea de que el pudor ante el sexo debe ser sobrepuesto por la revolución. La moral burguesa, heredera de los tiempos victorianos, es mojigata e hipócrita. Una sexualidad verdaderamente libre debería ser tan natural como tomarse un vaso de agua (en realidad Kollontai no empleó estas palabras exactas, pero con frecuencia se le atribuyen). De esa manera, así como no nos escandalizamos por ver en la calla a alguien tomar un vaso de agua, tampoco deberíamos escandalizarnos por ver en un parque público a una pareja copular. Kollontai, presumo, no estaría de acuerdo en que los muchachos de Los Juanes deben ser detenidos.
 


Así pues, especialmente durante la década de los veinte del siglo XX, buena parte de la izquierda promovió una liberación sexual que llegó a materializarse en promiscuidad y desnudez pública. Se asumía que el capitalismo estaba podrido por una hipócrita moral burguesa, y que la verdadera liberación tendría que ser acompañada por la sexualidad sin complejos.
Pero entonces, algunas décadas después, ocurrió algo inesperado. Los mismos países capitalistas se impregnaron de esta liberación sexual. Surgieron comunas de hippies en el seno de los EE.UU. que practicaban el amor libre, la desnudez pública, etc. Parecía que el sueño de Kollontai se cumpliría. Frente a esto, desde la misma izquierda se dio un nuevo giro. Hebert Marcuse, un gurú de la llamada ‘nueva izquierda’, sostuvo la hipótesis de que en el capitalismo ocurre una “resublimación represiva”. A juicio de Marcuse, la supuesta liberación sexual en el seno de los países capitalistas no es tal. En realidad, es una forma de seguir manteniendo control y represión sobre las masas, dando la apariencia de libertad.
Marcuse postulaba que, mediante la masificación de imágenes sexuales, el capitalismo despoja de erotismo al acto sexual, pues lo convierte en una mercancía más. Y, de esa forma, la promoción del sexo sigue siendo una estrategia de control. Pues, sirve de anzuelo: las masas creen que asisten a una liberación, pero en realidad, muerden la carnada y quedan atrapados en un aparato de control que, al mercantilizar la sexualidad, sigue reprimiendo el potencial erótico de la especie humana. Presumo que Marcuse opinaría que el ‘desnalgue’ de Los Juanes es en realidad una operación encubierta del capitalismo para seguir oprimiendo a los trabajadores.
La hipótesis de Marcuse ciertamente es ingeniosa y considerable, pero como suele ocurrir con los postulados de la izquierda, tiene un tufo de teoría de la conspiración. Marcuse pareciera postular que unos genios malvados han cínicamente diseñado la supuesta liberación sexual, para oprimir aún más. Y, además, bajo la hipótesis de Marcuse, los muchachos de Los Juanes no practican el sexo sin complejos, sino que en realidad son reprimidos.
Creo que un poco de sentido común sería más bienvenido acá. No podemos llamar ‘represión’ a una fiesta donde todos disfrutan y hacen lo que sencillamente el resto de la gente no se atreve a hacer. Podemos discutir si las acciones de Los Juanes son o no inmorales, pero decir que ese espectáculo es represivo resulta demasiado extraño.
Mucho más que Kollontai o Marcuse, me parece que la mejor aproximación intelectual al espectáculo de Los Juanes procedería del sociólogo Norbert Elias. A Elias le interesaba cómo se construye una civilización. Y, así, exploró aquello que él llamó el ‘proceso civilizatorio’, a saber, el conjunto de instituciones necesarias para que un colectivo humano alcance niveles óptimos de prosperidad, seguridad, etc. Presumo que Elias estaría de acuerdo en que, psicológicamente, es cuestionable que el contemplar una escena de sexo público sea perjudicial, incluso para los niños. Pero, Elias considera que, sociológicamente, sí es problemático. Pues, para vivir aptamente en sociedad, debemos renunciar a algunos instintos en la esfera pública. La civilización en buena medida se construye separando la esfera pública de la privada, y eso implica que muchos gestos y funciones fisiológicas deben ser relegadas a lo privado, como cortesía a los demás.
Elias dedicó especial atención a los modales en la mesa. ¿Es inmoral sacarse los mocos mientras se come, o limpiarse los dientes con un cuchillo al terminar de cenar? Estrictamente no, pero el decoro sugeriría que estos actos deben hacerse en privado. Es una forma de manifestar cortesía a los demás, y con eso, cimentar los lazos interpersonales que constituyen la sociedad.
Presumo que Elias sostendría que los muchachos de Los Juanes han violado las más elementales normas de la cortesía. No sé si Elias opinaría que el Estado deba castigar a quienes violen estas normas (ciertamente estaríamos en un Estado totalitario si la policía apresa a quien eructe en la mesa), pero al menos, una sanción moral sí merecen. Y, en mi caso, optaría por balancear la necesidad del proceso civilizatorio de Norbert Elias, con el principio del perjuicio, según John Stuart Mill: no creo que deban existir leyes que prohíban actos sexuales públicos en lugares remotos, pero creo que en el ámbito de la moral, son cuestionables.
 

2 comentarios:

  1. Hola Gabriel, primera vez que leo un post de este blog, me gusta tu forma de redacción y tu opinión tan autentica. Me encantaría que me hablaras de Nietszche desde tu perspectiva pues estoy obsesionada con leerme cada una de sus obras y leer por acá que no te gusta, me hace querer curiosear y conocer tu opinión al respecto.

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    1. Hola, no he escrito gran cosa sobre Nietzsche. No es un autor por el cual tenga simpatía. Me parece que no escribe con claridad, y no tiene mucha contemplación por la lógica y el pensamiento crítico y analítico. Acá te envío un link de un programa de TV que una vez hicimos sobre Nietzsche. Fue el primer programa que hicimos, y quedé muy mal, entre otras cosas, porque yo apenas estaba empezando como presentador de TV, y estaba nervioso frente a las cámaras: http://www.youtube.com/watch?v=TgFvxY0Hqt4

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