lunes, 5 de marzo de 2012

La cartografía y el colonialismo

Es de sobra conocido que los mapas territoriales representan al norte arriba, y al sur abajo. Por supuesto, no hay una relación intrínseca entre el norte y la posición superior. Esa asociación es arbitraria, y según parece, se trata más bien de una estrategia, consciente o no, de los mismos cartógrafos para asegurarse que su lugar de procedencia (los países del norte), sean imaginados como superiores, y los países del sur sean imaginados como inferiores.

Michel Foucault fue probablemente el filósofo que con más tesón defendió la idea de que ninguna ciencia busca desinteresadamente el conocimiento. Según Foucault, todas las ciencias están inmersas en un entramado de poder que condiciona sus contribuciones; de ese modo, la búsqueda de conocimiento es en realidad una forma de asegurar el poder. Y, si bien Foucault no se ocupó de la cartografía, plenitud de autores han intentado extender sus teorías al modo en que se han conformado los mapas.

Uno de estos autores es Walter Mignolo. A su juicio, la cartografía ha estado al servicio del colonialismo. Según él, la cartografía no es sencillamente la representación de los territorios en mapas. Es, además, una estrategia de dominio. El cartógrafo no opera desinteresadamente. Antes bien, se asegura de plasmar su visión arbitraria del mundo en el mapa, y con eso, aspira reproducir la ideología colonial que justifica la expansión de las grandes potencias por el mundo entero.

Mignolo dedica especial atención a la producción cartográfica a partir del siglo XVI, la era en la que se inició la gran expansión ultramarina de las potencias europeas. Desde aquel momento, el mundo se dividió, no según un criterio geográfico firme y objetivo, sino según la conveniencia e imaginación del cartógrafo colonialista. El entendimiento geográfico de los habitantes de los territorios representados por los cartógrafos fue suprimido, y las poblaciones colonizadas tuvieron que asimilar la cartografía europea. La segmentación del mundo dio la impresión de tener una base geográfica, pero en realidad, muchas veces obedeció más a una segmentación cultural, a fin de afianzar la ideología que postula la superioridad de unos pueblos por encima de otros.

Así, por ejemplo, América se dividió en dos (América anglosajona y América Latina), a pesar de que los americanos originarios no concebían esta división. Se aglutinaron regiones enteras en unidades discretas, y se obligó a los colonizados a asimilar nombres foráneos para sus propias regiones. Los bantú, por ejemplo, se empezaron a identificar como ‘africanos’, a pesar de que la idea de África sólo existía en la imaginación colonialista, y el mismo nombre ‘África’ procede de los romanos, no de los africanos. Igual sucedió con Asia.

Mediante la cartografía, además, se fue conformando la idea de que Europa ocupa el centro del mundo. Y, como extensión, este centro no es sólo geográfico, sino también histórico, cultural e inclusive teológico. Con un mapa del mundo representando a Europa en el centro (América a su izquierda, África debajo, Asia a la derecha), se sembró la idea de que Europa es la cuna de la civilización, e incluso, que le ha sido encomendada una misión divina (del mismo modo en que, en la pintura, Dios está sentado en su trono, y tiene a su corte alrededor).

Las denuncias de Mignolo tienen asidero. La mayor parte de los territorios de los países colonizados han asumido nombres impuestos por la visión del colonizador. Mi país, Venezuela, es la ‘pequeña Venecia’ (algunos han señalado que el diminutivo ‘zuela’ es incluso despreciativo), un modo que el poder colonial tuvo para asegurarse de que los habitantes de este territorio se sintieran inferiores frente a la verdadera Venecia.

Mucho más grave fue la segmentación de territorios en los procesos de independencia. Especialmente los británicos, aplicaron la estrategia de divide et impera, ‘divide y gobierna’: para asegurar su dominio, promovieron la división y aglutinación artificial de territorios. Así, especialmente en África, los poderes coloniales trazaron con lápices límites territoriales absolutamente incoherentes con la organización territorial nativa. Buena parte de las guerras en África durante las últimas décadas obedecen a odios tribales en parte suscitados precisamente por esta división.

Todo esto ha sido definido por varios críticos como una ‘violencia cartográfica’. Al representar el mundo según sus propios prejuicios, y obligar a los demás a asimilar esa representación del mundo, la cartografía occidental ha hecho un gran daño a los colonizados. Al colocar a Europa en el centro de los mapas, ha obligado a los demás a asumir la posición de subalternos. Al dividir el mundo arbitrariamente, ha obligado a los demás a imaginarse a sí mismos como los europeos los imaginan.

Al final, la conclusión de Mignolo, y una enorme lista de críticos del colonialismo, es que la civilización occidental ha sido escandalosamente etnocéntrica. Ha representado el mundo con Europa en el centro, y ha distorsionado la imagen de los demás pueblos. Los cartógrafos europeos han sido incapaces de tomar en consideración cómo los nativos representan sus propios territorios. Todo esto ha sido conducido por una brutal arrogancia con pretensiones civilizadoras.

Ahora bien, deseo defender parcialmente a la cartografía occidental frente a estos ataques. Si bien hubo mapas en civilizaciones como China, India y el Islam, la cartografía es fundamental una disciplina occidental. Ciertamente las críticas de Mignolo y tantos otros son considerables: los cartógrafos fueron negligentes al no considerar cómo los nativos concebían los territorios representados en los mapas. Y, en efecto, esto es emblemático del etnocentrismo y la arrogancia occidental. Pero, es urgente apreciar que, precisamente por ser pionera en la cartografía, Occidente ha sido la menos etnocéntrica de las civilizaciones.

Fueron los griegos los primeros en preocuparse por representar aquello que estaba más allá de sus límites. Ciertamente los griegos llamaron ‘bárbaro’ a todo aquello que fuese extranjero, pero destacan por su intensa preocupación de, al menos, adentrarse en el conocimiento de lo foráneo. Fueron los griegos quienes destacaron al viajar por el Mediterráneo, y recopilar información sobre los territorios y gentes de esas regiones. Ciertamente su representación fue distorsionada, pero hubo al menos el interés de contemplar todo aquello que no es propio.

Los griegos fueron efectivamente etnocentristas en su representación del mundo, pero dieron cabida en esa representación a los no griegos. Y, aún si lo hicieron para distorsionar, al menos se preocuparon por saber que había algo más allá de los límites. En otras palabras, los griegos renunciaron parcialmente al encanto consigo mismos, y esto los condujo a explorar otros horizontes. Fue este mismo espíritu de exploración lo que condujo a la expansión colonialista a partir del siglo XVI.

Una civilización que da origen a la cartografía (aun si es para distorsionar a otros pueblos), es una civilización que ha tomado el primer paso para alejarse del etnocentrismo. Los mapas son el primer paso para tomar conciencia de que el mundo no se limita a mi comarca o a mi país. Los críticos del colonialismo acusan a Occidente de sus pretensiones expansionistas. Pero, fue precisamente esa pretensión expansionista lo que sembró la inquietud de saber qué hay más allá del horizonte, la curiosidad de conocer lo foráneo, y no quedarse con el encanto del propio pueblo.

Los pueblos colonizados por las potencias europeas fueron, en su mayoría, más etnocentristas y arrogantes que los propios poderes coloniales. Los cartógrafos europeos fueron arrogantes al no considerar cómo los nativos entendían sus propios territorios. Pero, los nativos ni siquiera se preocuparon por la existencia de los europeos. Los europeos distorsionaron a los nativos y, mediante la cartografía y otros medios, se complacieron sintiéndose superior. Los nativos ni siquiera tuvieron en consideración a pueblos que no fuesen los propios, y ni siquiera concebían que los otros pueblos fueran inferiores; sencillamente no existían para ellos.

La cartografía europea significó una verdadera revolución, pues por primera vez, los nativos tenían noticias de la existencia de gentes y territorios en lugares lejanos. Los incas no conocían a los aztecas. La mayoría de los pueblos aborígenes de América no tenían la menor concepción de cuán vasto es el planeta. Fue precisamente la cartografía occidental la responsable de sembrar la idea de que existe un planeta del cual todos los seres humanos formamos parte. La visión del mundo de los nativos era fundamentalmente parroquial y provinciana. La llega de los colonizadores trajo consigo una visión mucho más cosmopolita, y este espíritu cosmopolita quedó emblemáticamente representado en la cartografía.

Los intelectuales postcolonialistas con demasiado mezquinos con la civilización occidental. Tienen gran facilidad para criticar el etnocentrismo europeo, pero no logran (o no quieren) ver que Occidente ha sido la civilización que más ha sembrado las bases conceptuales para la autocrítica, y que su constante curiosidad de saber qué hay más allá de lo conocido, ha sido la principal inspiración para la superación del etnocentrismo, muy por encima de cualquier otra civilización.

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