sábado, 29 de octubre de 2011

Las excusas de los comunistas ricos


Desde hace tiempo, ha sido ya vox populi que algunos de los líderes políticos más visibles del gobierno de Hugo Chávez en Venezuela tienen un estilo de vida opulento. Se rumorea que Rafael Ramírez y Diosdado Cabello figuran entre las personas más ricas de nuestro país, con testaferros o sin ellos. Pero, el rumor va aún más lejos: Pedro Carreño ha hecho grandes fiestas para su hija, e incluso, la mismísima hija del Comandante, Rosa Inés, ha aprovechado su acomodada posición social para codearse en sitios VIP con cantantes adolescentes norteamericanos en conciertos en Caracas.

Todo esto ha dado pie a que una de las mayores críticas al régimen actual esté en que sus principales personajes no sólo no practican lo que predican, sino que, además, los hace sospechosos de peculado público. Esta opulencia de la cúpula comunista ha hecho relevante la vieja advertencia de que, en un sistema en el cual el gobierno pretende cumplir el rol de Robin Hood para redistribuir la riqueza, el que parte y reparte se queda con la mejor parte.

Pero, tradicionalmente, para los intelectuales, estos argumentos son simplones y populistas, y no merecen ni siquiera ser considerados. Según el alegato común, el socialismo (o el comunismo) no es una alabanza de la pobreza (a pesar de que, no han faltado veces en los que Chávez ha repetido aquello de que es difícil que un rico entre al cielo, o que los pobres son bienaventurados porque ellos sí entrarán al cielo). Según se alega, el comunismo es la defensa de la igualdad y la riqueza para todos, no propiamente un amor intrínseco a la pobreza.

Y, en todo caso, desde la lógica se puede advertir que la crítica al comunismo a partir de la opulencia de algunos comunistas es claramente una falacia argumentativa del tipo ad hominem: el hecho de que una persona no cumpla aquello que predica no implica que la doctrina en cuestión sea errónea. Un médico puede fumar, pero no por ello deja de tener razón cuando postula que fumar es malo.

Con todo, es perfectamente comprensible el malestar que sentimos cuando vemos a las hijas de Chávez fotografiarse con artistas norteamericanos o a sus ministros en sendas fiestas opulentas. Pues, si bien no es propiamente fundamento para oponerse al comunismo como doctrina, sí es fundamento para denunciar la inmoralidad e incoherencia de estas personas.

Esto no atañe, por supuesto, exclusivamente a los ministros de Chávez. Atañe, en realidad, a toda aquella persona que afirma desear la igualdad de condiciones y el comunismo, pero tiene a su disposición un nivel de riqueza por encima del promedio. He convivido de cerca con personas de este tipo. Conozco a un profesor universitario en Caracas, por ejemplo, que se considera marxista, pero tiene locales comerciales alquilados, invierte grandes sumas en la educación privada de su hijo, paga sueldo mínimo a sus trabajadores, etc. Se trata, en efecto, del extraño caso de los comunistas ricos; en especial, aquellos que forman parte de una acomodada clase de intelectuales, pero que postulan que la riqueza debe ser redistribuida.

Personas como este profesor probablemente, no han incurrido en peculado público, y la acumulación de sus riquezas es legal en el marco jurídico del sistema capitalista. Pero, no es necesario un gran esfuerzo intelectual por apreciar la incoherencia entre su conducta y sus creencias. Quizás estos comunistas acomodados no defiendan un igualitarismo a ultranza, y postulen que sus labores los hacen acreedores de un mejor sueldo que, supongamos, los barrenderos.

Pero, con todo, de acuerdo a las teorías que estas personas defienden, la sociedad es injusta en la asignación de la riqueza, y aun si el trabajo de intelectual merece más remuneración que el de barrendero, la diferencia sigue siendo desproporcionada. Bajo la interpretación marxista, las personas acomodadas han depredado la plusvalía de los proletarios. Y, en este sentido, los ricos son los beneficiarios de un sistema profundamente injusto.

Ahora bien, ¿qué esperan estos comunistas para entregar voluntariamente sus riquezas y poner fin al sistema que injustamente los beneficia? ¿Por qué esperar la coerción, cuando ellos pudieran perfectamente empezar a redistribuir la riqueza voluntariamente, y así tomar la iniciativa para poner fin al sistema que tanto desprecian a nivel intelectual? Vale advertir que estas preguntas no sólo son formuladas por los derechistas populistas. Un eminente marxista, Gerald Cohen, también la ha formulado, en un libro magistralmente titulado, Si eres igualitarista, ¿cómo es que eres tan rico?

Quizás algunos de estos ‘comunistas’ en realidad no lo sean, y se disfracen de rojo con la mera excusa de hacer el rol de Robin Hood para quedarse con la mayor tajada. Pero, tengo la firme sospecha de que la mayoría de estos comunistas ricos sí creen en lo que predican. Entonces persiste la pregunta: si creen en el comunismo, ¿por qué no dan un paso al frente y entregan sus riquezas a los pobres, como primera etapa en la urgente redistribución de la riqueza?

Me parece que hay dos respuestas: o bien estos comunistas ricos son débiles de voluntad, y saben que deben entregar parte de sus riquezas, pero sencillamente no tienen la suficiente voluntad para hacerlo; o bien estos comunistas ricos han participado del auto-engaño, y han intentado racionalizar una excusa auto-complaciente que les permite justificar por qué desean la igualdad, pero aún no mueven un dedo para alcanzarla.

Los filósofos griegos hablaban de la ‘akrasia’, la debilidad de la voluntad: saber que algo es malo, pero con todo, hacerlo. Platón pensaba que esto era un concepto incoherente, pues según él, quien hace el mal no sabe que su acción es mala. La mayoría de los otros filósofos, no obstante, opinan que akrasia no es un concepto incoherente, y aseguran que es posible hacer cosas malas, aun teniendo plena conciencia de ello. Yo me inclino a simpatizar con los segundos: opino que la akrasia sí es un concepto coherente.

En el caso de los comunistas ricos, creo que, en efecto, algunos vivirán alguna angustia existencial por creer que tienen el deber de entregar sus riquezas, pero con todo, no hacerlo (es, supongo, la misma angustia que vivió aquel rico entristecido que decidió no seguir a Jesús cuando éste le pidió que abandonara sus riquezas). Pero, me temo que éstos son minoría. Son más numerosos aquellos comunistas que incurren en mecanismos psicológicos de auto-engaños y auto-complacencias para justificar por qué vociferan los alegatos de Marx y el Che Guevara, pero con todo, depredan la plusvalía de sus trabajadores y se siguen beneficiando de un sistema que consideran injusto.

Son varias las excusas. Una muy escuchada es aquella que alega que la historia misma se encargará de aniquilar las injusticias. Ésta, procedente del marxismo, postula que la lucha de clases como motor de la historia es mucho más eficiente que la iniciativa particular de las personas. El capitalismo inevitablemente sucumbirá, pero en el entretiempo, el comunista rico puede seguir ocupando su privilegio. Su iniciativa será inútil; es, a lo sumo, una gota en el mar. Mejor esperar a que suba la marea sin que nosotros mismos añadamos agua; a saber, mejor esperar a la revolución, y mientras ésta llega, ¡sigamos bebiendo whiskey!

Esta justificación deja en manos de una entidad metafísicamente espuria (a saber, la revolución) la labor de transformar la sociedad. Se pretende que una mano invisible se encargará de acabar con las injusticias, y por lo tanto, no es necesario tomar cartas en el asunto. Es, en otras palabras, una auto-complacencia fatalista que postula que, puesto que el destino de la historia es la dialéctica que acabará con el capitalismo, lo único que debemos hacer es sentarnos a esperar que la historia actúe por sí sola.

Otra justificación es que el dar limosna o las actividades de filantropía no resuelve nada, pues las riquezas entregadas se desperdiciarían. Para realmente entregar las riquezas, se alega, es necesario un Estado socialista que garantice la íntegra distribución de estos donativos. Quizás esta justificación sirva en Estados no socialistas, pero no tiene ningún asidero en Estados auto-proclamados socialistas. Pues bien, esta justificación es sumamente débil: en Venezuela vivimos en un Estado auto-proclamado socialista que, incluso, cuenta con la simpatía de los comunistas ricos. De manera tal que, si un comunista rico venezolano opina que él se ha beneficiado injustamente del antiguo sistema capitalista, fácilmente puede lavar su conciencia dirigiendo su riqueza mal habida a un proyecto de vivienda o educación que beneficie a los pobres. Y, en todo caso, aun si no viviéramos en un Estado socialista, la filantropía podría ser el primer paso para aliviar el sufrimiento de al menos una persona. Sería, quizás, apenas una gota en el mar, pero aliviar el sufrimiento de al menos una persona es mejor que no aliviar el sufrimiento de nadie.

Aún otra justificación consiste en señalar que la riqueza privada, por ahora, desempeña una mejor función en la educación de los propios comunistas ricos y sus hijos (en vez de destinar la riqueza privada a cubrir las necesidades básicas de los pobres), pues esto servirá, por así decirlo, como una ‘inversión’ que más adelante permitirá que los comunistas ricos lancen la revolución que traerá dicha y prosperidad a todos. En otras palabras, el ser rico permite más educación, y esto sería un gran aporte a la revolución.

Por más escandalosa que resulte, ésta es quizás la excusa más coherente: si se entregan las riquezas, los hijos del comunista no gozarán de una buena educación, y a la larga se dejarán dominar por los capitalistas que nunca entregaron sus riquezas. Pero, con todo, no convence absolutamente: la riqueza del comunista opulento no está exclusivamente dirigida a la educación. El comunista podría conservar su riqueza en libros, pero desprenderse de sus vinos y demás placeres injustamente adquiridos.

Por último, quizás la excusa más común es que, siempre hay un Bill Gates, alguien que tiene más dinero que el comunista rico. Y, antes de que el comunista rico entregue sus riquezas, los Bill Gates del mundo deben hacerlo; una vez que los más ricos hayan entregado sus riquezas, el comunista gustosamente lo hará. Pero, si como debemos, asumimos una ética autónoma y no heterónoma, tenemos obligaciones morales independientemente de si los demás las cumplen o no. El pequeño comerciante de cocaína no puede justificarse moralmente en el hecho de que hay grandes capos de la droga libres por el mundo.

En definitiva, he conocido a poquísimos comunistas ricos que, como Lev Tolstoi, se tomen muy en serio lo que predican, y tomen la iniciativa para poner fin a la injusticia que tanto denuncian. No pretendo burlarme de ellos, pues si bien no soy comunista y no creo que toda relación de trabajo en el capitalismo es una forma de explotación, sí admito que el sistema económico reinante es injusto, y que yo soy un beneficiario de ello. Pero, a diferencia de la vasta mayoría de los comunistas ricos, yo no me justifico, y admito que de mí se ha apoderado la akrasía, la debilidad de voluntad. Mi recomendación a los comunistas ricos: dad un paso al frente y acelerad el fin de la injusticia social entregando vuestras riquezas. En caso de que no podáis hacerlo, admitid la debilidad de vuestra voluntad, pues eso será el primer paso para conseguir fuerzas. Cualquiera de estas dos opciones será mejor que el cinismo que consiste en vociferar el comunismo, pero auto-justificar vuestra opulencia.


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