domingo, 12 de septiembre de 2010

Mitos relativistas II: Creerse dueño de la verdad es ser arrogante, intolerante y violento



El Papa Benedicto XVI es, admitámoslo, un personaje desagradable. No tiene mucho sentido del humor, combatió del lado nazi, formó parte de la versión contemporánea del tribunal de la Inquisición, odia a los homosexuales, está en contra del uso de los preservativos, no está dispuesto a ponerle fin a la discriminación de la mujer; en fin, es un troglodita. Curiosamente, cuando asumió su papado, en su discurso inaugural se propuso combatir aquello que él llamó la “dictadura del relativismo”. Para muchas de las personas que ven en Ratzinger un personaje tan desagradable, resultó natural que este dinosaurio viviente estuviese en contra del relativismo.
Pues, Ratzinger es el emblema de la intolerancia católica que tanto daño ha hecho en el mundo. Y, para el relativista en particular, Ratzinger es el mejor representante de la enfermedad crónica de Occidente: es un hombre que cree que su religión es el único camino a la salvación, y en función de eso justifica la acción depredadora de los conquistadores en América, y el genocidio cultural de los misioneros españoles que acabaron con las ancestrales formas de vida de los pueblos originarios de nuestra región.
Bajo la interpretación del relativista, el mayor pecado de Ratzinger es la arrogancia. En la medida en que Ratzinger cree que su religión es mejor a cualquier otra, ejerce una violencia contra los demás. Pues, en su empeño de que sólo él tiene la razón, y de que aquello que él postula es absolutamente verdadero (y no relativo), fácilmente termina por imponer su criterio a los demás, liquidando así la posibilidad de un diálogo entre seres humanos. Naturalmente, de esta intolerancia e intransigencia se derivan genocidios como el que se perpetró en América.
En concordancia con el relativista, el típico indigenista estima que, para que se pueda desarrollar un diálogo, nadie puede creerse dueño de la verdad absoluta. Pues, hacerlo así implica una terrible arrogancia e intolerancia. Y, precisamente, la cultura europea dominante impuesta por vía de la conquista y la colonización, propició el mal hábito que tenemos de cultivar esa arrogancia que ha acabado con todo aquello que luzca diferente y extraño.
Una vez más, el alegato del relativista es seductor. Pero, visto con cierto detenimiento, es sólo infantilmente seductor. Veamos por qué. Ciertamente el sentirse dueño absoluto de la verdad puede generar arrogancia. Pero, ¿acaso es la arrogancia necesariamente un vicio? ¿No podría acaso haber arrogancia justificada? Alguien como Diego Armando Maradona puede ser sumamente arrogante al creerse el mejor jugador de fútbol de la historia. Pero, ¿acaso no es el mejor jugador de fútbol de todos los tiempos? ¿Sirve de algo que Maradona, en un autoengaño, asuma que él no es el mejor jugador de fútbol de la historia?
Quizás el resto de los jugadores de fútbol se sientan ofendidos cuando Maradona les informe que ellos no han sido mejores. Pero, ¿acaso su ofensa altera el hecho de que Maradona es el mejor? El mismo presidente Hugo Chávez (ese gran paladín del relativismo), en una ocasión sostuvo, en un debate frente al presidente español José Luis Rodríguez Zapatero, que con la verdad, ni se ofende ni se teme.
En efecto, en un debate, al asumir que mi postura defendida es absolutamente verdadera, estoy asumiendo que yo estoy en lo cierto, y que mi interlocutor está equivocado. ¿Me creo superior por ello? Pues sí, o al menos, sí considero que mi postura es superior a la de mi interlocutor. Si yo no creyera que mi postura es superior a la de mi contrincante, no la asumiría. Eso es precisamente lo que me hace una persona sensata: el hecho de que creo en lo que pronuncio. Si yo defendiese una posición, pero agregara que no creo que mi posición es mejor que la de mi interlocutor debatiente, entonces no estaría creyendo en la verdad de aquello que yo estoy pronunciando. Y, así, sería un charlatán sin convicciones.
Contrario a lo que opina la mayoría de los relativistas, el diálogo presupone la convicción de que la postura defendida es la verdadera, y por lo tanto, mejor que la postura del interlocutor debatiente. Una vez más, no tiene sentido tener un diálogo si no creo que yo estoy en lo cierto, y que mi interlocutor se equivoca cuando expone un punto de vista contrario al mío.
Ahora bien, el creer que yo tengo la verdad absoluta, y que mi interlocutor está equivocado no me hace un intolerante. ‘Intolerancia’ es la condición en la cual, precisamente, no se permite que otras personas expongan su punto de vista. El estar en desacuerdo y creerse dueño de la verdad absoluta no implica impedir que el otro se exprese. Vale acá evocar una muy trillada frase de Voltaire: “no estaré de acuerdo con vos, pero lucharé hasta la muerte por vuestro derecho a expresaros”. Muy pocos historiadores de las ideas admitirían que Voltaire era un relativista, e incluso, muchos estarían de acuerdo en que Voltaire sí tenía la convicción de estar defendiendo verdades absolutas. Pero, el creerse dueño de una verdad absoluta no implica suprimir el derecho que tienen los demás para expresarse.
Yo creo que es una verdad absoluta que la Tierra gira alrededor del sol. Si fuere a debatir con algún fanático religioso este punto (no se sorprenda el lector; hay algunos fanáticos protestantes que aún rechazan a Copérnico), yo me sentiría dueño absoluto de la verdad en este aspecto. Por supuesto, en tanto se trata de un debate, yo escucharía sin interrumpir los alegatos de mi interlocutor, e incluso, le ofrecería la oportunidad para intentar persuadirme. Pero, puesto que hasta ahora no han logrado persuadirme de que yo me haga geocentrista, sigo pensando que es una verdad absoluta que la Tierra gira alrededor del sol. Creo que mi contrincante se equivoca, y yo estoy en lo cierto. ¿Soy arrogante por ello? Quizás: ciertamente me creo superior a mi contrincante en este aspecto. ¿Soy intolerante? De ninguna manera: jamás he suprimido su derecho a expresarse. ¿Soy violento? Menos aún: precisamente puesto que estoy en un debate, busco sustituir la violencia por las razones argumentativas.
Ratzinger es partidario de una vieja doctrina católica, nulla salus extra ecclessiam, fuera de la Iglesia no hay salvación. Esta doctrina es criticada precisamente por su negativa a aceptar a las demás religiones como válidas. Bajo esta doctrina, un judío, musulmán, o un ateo o agnóstico como yo, irá directamente al infierno. Obviamente, yo estoy en desacuerdo con esta doctrina (yo ni siquiera creo que el infierno existe), pero a mí no me indigna que Ratzinger alegue exclusividad en su pretensión de verdad. Alegar exclusividad en la pretensión de verdad de una postura me parece perfectamente legítimo.
Fidel Castro, por ejemplo, ha dicho que el socialismo es el único camino a la felicidad colectiva. De nuevo, estoy en desacuerdo con Castro, pero no veo motivo para indignarme por su postura exclusivista. De la misma manera en que Ratzinger cree que el catolicismo es superior a otras religiones, Fidel Castro cree que el socialismo es superior a otros sistemas políticos. El mismo Hugo Chávez señaló en alguna ocasión electoral, que él era el mejor candidato. Pero, precisamente, ¿no hacen esto todos los candidatos? Si Chávez no se cree el mejor candidato, ¿qué sentido tiene continuar en la contienda electoral? Si Chávez creyera que hay un candidato mejor que él, ¡obviamente declinaría a su favor!
Resulta una gran hipocresía aceptar el alegato exclusivista del socialismo, pero indignarse frente al alegato exclusivista de católicos conservadores como Ratzinger. El considerarse superior a los demás en lo que concierne a la defensa de puntos de vista no es ningún acto de violencia; violencia es quemar gente en la hoguera por estar en desacuerdo. Pero, el no quemar a un opositor ideológico en la hoguera no implica renunciar a las pretensiones de verdad absoluta. Es un terrible error confundir la tolerancia con el relativismo. Podemos escuchar y considerar los argumentos de los demás, sin necesidad de dejar de estimarlos inferiores a los nuestros.

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